Antes de empezar a leer, quiero informaros de que esto no es más que el producto de mi imaginación y de una cantidad ingente de horas de aburrimiento.
Es una historia de ficción creada por mí en la que intervienen distintos personajes de la saga de Harry Potter, así como algunos inventados por mí y algunos personajes reales.
Lo escribo con el objetivo de pasar un buen rato (y hacéroslo pasar también a vosotros), y con la intención de mantener todo el mundo Potter vivo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Capítulo Dos.

Era otro tranquilo día de primavera en los campos noruegos y Rock lo había aprovechado para sentarse al sol y leer Quidditch a través de los tiempos. Llevaba unos días decepcionado porque no había conseguido ver ningún partido del mundial de Quidditch en Internet, y se estaba empezando a plantear seriamente la posibilidad de comprarse una antena parabólica.

–Señor, siento interrumpir sus pensamientos –dijo Ambrosio de repente–. Pero resulta que estoy ordenando la despensa y nos hemos quedado sin huevos. Necesito que me dé su permiso para ir al Mercadona y comprar.

–¿Al Mercaqué? –preguntó Rock–. Dobby, llevas el suficiente tiempo en Noruega como para saber que aquí sólo tenemos Lidl. Bueno, y un montón de IKEAs porque en Suecia ya no caben más. ¿No puedes ir a hacer la compra al IKEA? Podrías traerme un paquete de galletitas de chocolate ya que estás allí.

–Eso, me refería al Lidl. Es que verá, allí en España hay Mercadonas por todas partes…

–Ya bueno, no me cuentes tu vida –interrumpió Rock–. Oh mierda, debí haberle preguntado a mi querida Joanne dónde hacen la compra los magos…. Si quieres podemos llamar al Caldero Chorreante y pedir que nos traigan algo ya preparado.

–Pero señor, ese sitio está en Londres, suponiendo que realmente exista. Mejor voy a comprar. Entonces, ¿tengo su permiso?

–Claro, claro, Dobby. ¿Qué decías que tenías que comprar?

–Huevos, entre otras cosas.

–Pero Dobby, ¡eso puedo traerlo yo! –Rock sacó un palo de madera de su bolsillo, apuntó a la nada y chilló–: ACCIO HUEVOS!

Ambrosio miró a Rock con una expresión de paciencia infinita y le explicó que sería mejor que fuera a hacer la compra, sólo por si los huevos tardaban en llegar.

Desde la fugaz visita de J. K. Rowling, Rock había estado más y más insoportable y convencido de que todo el mundo que ella había creado era real. Lejos de ayudarle, la señora Rowling había agravado su problema. Ambrosio ya no tenía ganas de discutir con su señor y no quería perder su empleo, así que había decidido que lo mejor era seguirle la corriente siempre que fuera posible.

Cuando Ambrosio se fue, Rock siguió leyendo. Al poco rato empezó a oír pasos que se acercaban y se sorprendió de que su mayordomo hubiera llegado tan pronto. Pero se sorprendió aún más al ver a una mujer de pelo rizado y gafas enormes que venía hacia él.

–Oh, por fin, ¡un joven muggle! –dijo ella, aliviada–. Quiero decir… un joven. A secas. No muggle. ¿Qué es un muggle? Eso, un joven.

La mujer se empezó a reír nerviosamente y Rock la invitó a pasar.

–¿Quiere tomar algo? –preguntó Rock una vez que la mujer se sentó en el sofá–. Será mejor que no, porque mi mayordomo se ha ido a hacer la compra y no me deja pisar la cocina en su ausencia. Bueno, cuando está en casa tampoco. Así que como no quiera beber agua del grifo…

–En realidad sólo quería que me ayudaras, joven muggle. ¿He vuelto a decir muggle otra vez? No quería decirlo. Mira, es que me han convencido para comprarme un cacharro de esos que tenéis vosotros… ¿cómo se llaman? Coches. Y el mío me ha dejado tirada en la carretera y he tenido que venir andando hasta aquí y ha sido todo un caos.

En ese momento Rock reconoció a la mujer. No podía ser otra.

–Espere un momento. ¡USTED ES LA PROFESORA TRELAWNEY!

–Esto… sí, soy yo. ¿Tú también has leído los libros de Joanne? Por las barbas de Merlín, una ya no puede ir por la calle tranquila.

–¿Puedo preguntarle por qué se ha comprado un coche? Yo pensaba que ustedes los magos tenían escobas y cosas de esas.

–Bueno, fue el señor Weasley. Ya sabes que a él le encantan los cacharros muggles. Pero en serio, necesito el teléfono y llamar a una grúa.

–No entiendo por qué ha venido andando. ¿No puede desaparecerse? Usted es una bruja, y siento ser yo quien se lo recuerde.

–Oh mierda, es verdad. Gracias por abrirme los ojos, joven muggle –la profesora Trelawney puso su mano encima de la frente de Rock y proclamó–: Te esperan grandes cosas, Rock… ¿cuál es tu apellido?

–Rock, profesora.

La profesora Trelawney se le quedó mirando extrañada.

–¿En serio te llamas Rock Rock?

–Bueno… en el orfanato donde me dejaron mis padres sólo dijeron que debía llamarme Rock… y ni las monjas ni yo tuvimos suficiente imaginación para buscarme un apellido decente.

–En fin, lo que sea –dijo ella volviendo a poner la mano encima de la frente del chico­–. Te esperan grandes cosas, Rock Rock. Estás destinado a hacer cosas épicas y grandiosas, lo sé. Ahora debo irme. Gracias por todo.

La profesora Trelawney se desapareció allí mismo, en el salón donde hasta entonces había estado hablando con Rock. Cuando Ambrosio volvió de hacer la compra y Rock le contó todo lo que había pasado, el mayordomo se dio cuenta de que era hora de empezar a echar algo de litio en la comida de su señor.

sábado, 16 de julio de 2011

Capítulo Uno.

Se estaba haciendo de día en un pequeño pueblo del norte de Noruega cuando Rock abrió los ojos. Se había quedado dormido leyendo Harry Potter y las Reliquias de la Muerte por enésima vez.

Decidió avisar a Dobby, el hombre que vivía con él y que hacía las veces de mayordomo, ayuda de cámara e incluso ama de llaves, para que le trajera algo de desayuno.

–¡DOBBY! –chilló–. ¡Tráeme una taza de café y unas pastitas!

Al poco rato apareció su mayordomo con una bandeja en la mano. Parecía un tanto molesto.

–Señor, con todos mis respetos –dijo–. No quiero parecer impertinente ni desagradecido, pero creo que me veo obligado a repetirle que no me llamo Dobby, sino Ambrosio.

–Tonterías, Dobby. Ahora deja el desayuno y vete, necesito seguir leyendo. Hay algo sobre Snape que no acaba de cuadrarme.

–Señor, ha leído usted ese libro treinta veces ya.

–No son suficientes. Insisto, Dobby, retírate. Si alguien pregunta por mí, no estoy.

Ambrosio, resignado, asintió con la cabeza, y se marchó de la habitación. Llevaba un tiempo trabajando para su señor y aún no se había acabado de acostumbrar a sus excentricidades, comenzando por aquella pasión desmedida por el mundo de Harry Potter que rozaba el trastorno obsesivo-compulsivo.

Aunque es cierto también que no podía abandonar a Rock, pues le había proporcionado trabajo y un hogar cuando él más lo necesitaba. Ambrosio había huido de España, su país natal, temiendo que comenzara una nueva guerra civil si la selección nacional de fútbol no ganaba la final del mundial. A mediados de julio de 2010, Ambrosio se encontraba en un país extraño, cuyo idioma desconocía, sin dinero y sin haber celebrado en condiciones la victoria de su país. Sólo Rock se había preocupado por él.

Mientras Rock se encerraba en su habitación a leer, Ambrosio ocupaba mucho tiempo en preocuparse por su señor. Sabía que tenía que hacer algo por ayudarle a superar su trastorno, porque aunque él se empeñara en decir que todo el mundo de Harry Potter era real, lo cierto es que no era así.

Y de repente, a Ambrosio se le ocurrió una idea. Una idea que era demasiado genial. Por un momento se sintió estúpido, al no poder comprender por qué no se le había ocurrido antes. Sólo había una persona en el mundo capaz de ayudar a Rock a ver la realidad.

Aquel mismo día por la tarde, Rock volvió a requerir los servicios de Ambrosio. Estaba muy frustrado porque las fotos del ejemplar de El Profeta que estaba leyendo no se movían, y se negaba a creer que estaba leyendo un periódico muggle. En realidad, Ambrosio había tenido que pagar directamente al director del periódico para que en cada edición realizaran una edición titulada ‘El Profeta’ en vez de su título normal, aunque el contenido fuera exactamente el mismo.

–Señor… estaba pensando –comenzó Ambrosio–, en que puedo ayudarle a superar su obsesión por Harry Potter. Verá, he contactado con una persona…

–Dobby, no necesito ir a ningún psiquiatra –contestó Rock enérgicamente, aunque no estaba enfadado–. No tengo ninguna obsesión. Harry Potter es real y punto. Y francamente, no creo que haya ninguna persona en el mundo, salvo tú, que piense lo contrario. Y tú lo piensas porque eres un inculto y un ignorante, pero ya estoy yo aquí para ocuparme de ti.

-No, señor, no es ningún psiquiatra. Es… ella.

Ambrosio abrió la puerta y en el recibidor apareció una mujer rubia a la que Rock reconoció al instante. Abrió la boca y empezó a mostrar síntomas de no poder volverla a cerrar. Se quedó paralizado durante unos segundos y acto seguido se levantó del sofá y se tiró a los pies de la mujer.

–¡NO SOY DIGNO, NO SOY DIGNO! ¡SEÑORA ROWLING, NO SOY DIGNO DE SU VISITA! –sollozó mientras abrazaba un tobillo de la mujer.

–Tranquilo, tranquilo –dijo ella–. Dobby me ha dicho que tenías un problema y que sólo yo podía ayudarte.

–Pero a mí no me pasa nada –protestó Rock.

–Señora, que me llamo Ambrosio –intervino el mayordomo.

–Déjate de tonterías, Dobby –respondió ella–. Ahora déjanos, tengo que hablar a solas con este muchacho.

Ambrosio se retiró farfullando y dejó a solas a Rock con la mujer a la que éste tanto adoraba.

–Bueno, Rock, Dobby me ha comentado que crees que todo lo que cuento en mis libros es real –empezó ella.

–No lo creo, es que es verdad.

–Tengo algo que decirte, Rock, y es muy importante. Quiero que sepas que tienes razón.

–¿¡QUÉ!? –La boca de Rock volvió a abrirse tal y como había hecho cuando la señora Rowling había entrado en la casa.

–Sí, es cierto. He decidido contártelo a ti porque eres el mayor fan de Harry Potter que conozco, y creo que mereces saberlo.

Rock fue escuchando atentamente cómo los ‘personajes’ habían acudido a la señora Rowling porque pensaban que ella era la persona más adecuada para que los muggles se enteraran de todo lo que había pasado.

–Sólo hay una pequeña diferencia respecto al libro –dijo ella–. Los muggles necesitan creer que hay un final feliz. Lo cierto es que no es así.

–Entonces, ¿Harry no acabó con Voldemort?

–No. Pero escribí ese final porque Harry no hacía más que tocarse las narices y a mí me exigían que acabara la saga. ¿Recuerdas toda la gente que muere en el último libro? No ocurrió así. Todo el mundo sigue vivo. Pero no puedes decirle ni una palabra de esto a nadie, ¿me has entendido? A nadie.

Rock asintió con la cabeza mientras la señora Rowling se ponía su abrigo y abría la puerta de la casa.

–Una última cosa antes de que se vaya –dijo él–. ¿Es usted una muggle, una bruja o una squib?

–¿Tú qué crees? –respondió ella sonriendo.